Siento un cansancio emocional, de aquel que solo se quita con caricias que hoy no nos podemos dar. Pienso en mis compañeras del hospital, de las residencias, de los hoteles-salud, de los pabellones, cada día, aguantando la presión asistencial, trabajando de manera agotadora turno tras turno. Pienso en el trabajo reorganizado que estamos realizando desde la atención primaria, cambiante según las necesidades, con la angustia de la incertidumbre siempre. Pero en lo que más pienso es en los pacientes y en su sufrimiento, estén o no contagiados.
Joaquín vive y cuida de su madre, totalmente dependiente, desde hace más de seis años. Antes había cuidado de su padre enfermo de Alzheimer hasta que murió. Lo llamo para ver si necesitan alguna cosa, para saber cómo se encuentran. Me dice que están bien. Cuenta que, desde que empezó el confinamiento, ha rechazado el servicio de la trabajadora familiar a domicilio porque era demasiado riesgo, no iban protegidas y cada día era una diferente. Me explica que se encarga él de todo, “si no tardo una hora pues tardo dos, total no tengo otra cosa que hacer”. Escucho y doy soporte. Recibe pocas llamadas y Joaquín tiene ganas de hablar. Lo noto inquieto. Como si tuviera algo importante que decirme, pero no acaba de hacerlo. Entonces, justo antes de despedirme se lanza: Continua llegint →
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